El obispo coadjutor acompaña a un grupo de jóvenes al desierto de Tabernas.

 El obispo coadjutor acompaña a un grupo de jóvenes al desierto de Tabernas para compartir un tiempo de encuentro y oración.

Me reuní la noche del pasado sábado con 33 jóvenes en el Desierto de Tabernas. La convocatoria era abierta, realizada por redes, entre distintos grupos de amigos. El objetivo era abrir el corazón y plantear las preguntas que nos inquietan. Jóvenes de distintas hermandades, de Hakuna, simplemente de algunas parroquias y otros que ni siquiera tenían fe, pero que la convocatoria de un obispo al desierto la veían con cierta curiosidad e innovación. Otros jóvenes lamentaron no poder ir, pues ya tenían otros compromisos.


Caminamos hasta el oasis donde se rodaron algunas secuencias de la película Lawrence de Arabia. Nos cubrió la noche y nos pusimos a cenar los bocatas y a conocernos, al menos un poco. Les hablé, durante breves minutos, de la riqueza de significación que tiene el desierto en la Biblia. Y de tres personas que tuvieron una gran experiencia y cambio de vida en medio del desierto: la vocación de Moisés; la conversión del profeta Elías; y el discernimiento de nuestro Señor Jesucristo. Precisamente las tres personas que aparecen en la teofanía del Tabor.

Volvimos, hacia un descampado, bajo la claridad de una luna llena, en silencio, para repasar interiormente nuestras preguntas. El silencio nos hace sabios. Durante una hora fueron brotando las distintas cuestiones o preocupaciones. A las preguntas de unos respondíamos otros. Eran todos muy distintos, y los grados de juventud diferentes, pero había un clima de escucha. Sin una verdadera actitud de acogida no existiría la escucha.

La noche nos cobijaba. ¡Cuántas veces hemos rezado: la noche es tiempo de salvación! Miraba a cada joven y palpaba la paz que reinaba entre nosotros. El clima de igualdad, de serenidad, de aportación y de búsqueda, nos mantuvo en un ambiente de sosiego, de palabras pausadas, de profundidad. Sin defensa acérrima de “lo mío”, sin agitación, sin provocaciones… había un verdadero espíritu comunitario de libertad, de búsqueda de luz y de verdad.

Cuando esta mañana pensaba en aquellos jóvenes, me vino a la memoria el texto que leí ayer noche al finalizar la novela “Suite francesa”, de Irène Némirovsky: “Nadie puede presumir de conocer el mar sin haberlo visto en la calma y en la tempestad”. Estos jóvenes, no son el futuro, como muchas veces decimos los más mayores, son ya el presente y vale la pena creer en ellos.    

+ Antonio, obispo

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