LA MIRADA DE LA FE. "ANALFABETOS DEL AMOR". RAMON BOGAS

 Aunque nunca lo reconoceremos en público, nos cuesta alegrarnos del bien ajeno, de la felicidad de los demás. No hablo de la alegría de tus hijos o personas queridas, sino de la del vecino del otro portal, del adversario político o del que viene del sur. A veces, hasta se nos nota. En las primeras facciones de segundo, al enterarnos de la “buena noticia” nos cuesta mostrar un sentimiento de alegría espontáneo cuando nos dice la amiga que está embarazada (cuando a ti te costó), un compañero que le han elegido para ese puesto (al que tú esperabas), o le han dado aquella paga (que tú aspirabas a conseguir). Lo disfrazaremos de “injusticia”: ¿Por qué no yo? ¿Por qué si yo me lo merecía más? ¿Por qué no a los míos?”, pero en el fondo, en ese sentimiento lo que se destila es ENVIDIA.


Hay dos predisposiciones necesarias para alegrarse del bien ajeno. En primer lugar, una SANA AUTOESTIMA. Si la tenemos dañada, será más difícil aceptar el bienestar de los demás. Sólo el que se siente agradecido por lo que tiene sabrá encontrar inspiración en el éxito de los demás. La segunda es una obviedad, sólo el que tiene FELICIDAD PROPIA puede alegrarse de la ajena. Cuando empezamos a ser unos cascarrabias envidiosos tendremos que preguntarnos que nos pasa interiormente. Es la herida y la amargura la que está hablando por nosotros.

Por eso nos choca la lógica de Jesús en algunas de sus parábolas. Por ejemplo, los que recibieron el mismo salario llegando unos a primera hora y los otros a la última de la jornada (Mt 20, 1-16). Habiéndose ajustado un sueldo digno para el primero, le da rabia la generosidad del Viñador para con el que llegó (porque nadie le contrató) al final de la labor. Si yo acordé el jornal justo, me tendría que alegrar de que tú también lo hayas conseguido llegando a última hora. Tu felicidad no desmerece la mía. En el mundo hay SUFICIENTE ESPACIO PARA LA FELICIDAD DE TODOS.

Lo digo ahora en términos más teológicos. En nuestro crecimiento espiritual debemos ir transitando de la lógica de lo debido (Do ut des) a la lógica del exceso, lo gratuito, el don. De la lógica que prima en lo humano (todo medido y pesado) a la lógica divina (todo regalado). Pasar del rácano metro con el que medimos los hombres, al amor abundante, desbordante, desmesurado del Padre.

Hoy te pido, Señor, reírme con los demás, gozar de sus alegrías, vivir esa felicidad empática que me hace compartir desdichas y amores, reveses y buenas noticias. Y poder recitar con nuestra gran Gloria fuertes “Desde este desierto de mi piso, amo en soledad a todos, y rezo un poema por los analfabetos del amor”.

Ramón Bogas Crespo

Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería

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