LA MIRADA DE LA FE. "SIN COMPROMISO DE PERMANENCIA". RAMÓN BOGAS

 Dicen los sociólogos que una de las “enfermedades” del mundo actual es el “MIEDO AL COMPROMISO”. Todos hemos sentido una gran felicidad cuando la compañía telefónica nos ha dicho que nuestro contrato es “sin compromiso de permanencia”. Parece la mejor noticia que podemos recibir en nuestra vida. Lo refleja muy bien también la publicidad. Un famoso banco online, en su último spot publicitario, ofrece una hipoteca con este sugerente mensaje: “Que corra el aire. Libre de vincularte más de la cuenta”. Y es que todos queremos ser libres, especialmente, las generaciones más jóvenes. No estar atados ni sentirnos atrapados por nada ni por nadie.


¿Qué hay detrás del miedo a comprometerse? En el fondo, es el temor por perderse algo, el ansia de quererlo todo. Es como un niño que no sabe qué juguete elegir y se enfada porque le gustaría tenerlos todos a la vez y eso es materialmente imposible. La persona madura debe asimilar que tomar cualquier decisión u opción implica perderse las otras alternativas. Sorber y soplar a la vez es imposible.

En la vida no podemos vivir sin tomar decisiones irrevocables, definitivas. Por más que las aplacemos, al final, tendremos que elegir entre comprar el piso en esta o aquella zona. O algo más serio, saber si queremos que esta sea mi compañero o compañera para siempre, mi compromiso de por vida. Muchas veces, con la excusa de la prudencia, acabamos paralizados sin dar el salto que nos hace comprometernos totalmente.

Es muy frecuente (y bien aceptado socialmente) escuchar eso de “mientras dure”, “siempre que yo esté a gusto”, pero si uno tiene un sueño, si uno ama de verdad, ese amor tiene vocación de eternidad. Puede ser que la primera opción fracase. Claro que podemos equivocarnos. Y ahora me pregunto: ¿Hay mayor fracaso que no haberlo intentado? ¿Mayor derrota que no haberse arriesgado a amar sin límites?

Esto también sucede con el compromiso con Dios y su Iglesia. Por eso, hoy me pregunto por mis compromisos con Él y con los demás. ¿Soy de los que le doy migajas o intento darlo todo? ¿Me guardo, soy rácano? ¿Solo acudo a su presencia cuando puedo, me interesa o tengo necesidad? Jesús nos invita a “Darle a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21) y tengo la impresión de que somos, a veces, muy tacaños en esa donación.

Es cierto que la libertad es algo maravilloso, que vivir sin demasiadas ataduras es un sueño que puede cumplirse. Pero no es menos cierto que hay cosas en las que es bueno permanecer. Porque el amor lo pide y porque relativizarlo todo es un modo de no llegar a vivir nunca en plenitud. Un amor “para siempre” puede fracasar, pero un compromiso con fecha de caducidad tiene poco de amor verdadero.

Ramón Bogas Crespo

Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería

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