LA MIRADA DE LA FE. "EL LINDO LUNAR Y LA BERRUGA" RAMÓN BOGAS

 Todos tenemos a nuestro maestro o maestra preferida. El mío se llamaba D. Francisco. Era sabio, deportista, le gustaba el teatro… la persona más interesante que había conocido a mis 10 años. 25 años más tarde se cruzó en mi camino por otras razones y, ya adulto, me llevé un chasco. No era ni tan culto ni tan especial como yo le veía con ojos de niño. Un hombre vulgar con aspiraciones corrientes. No había cambiado, eran mis ojos los que lo habían hecho. No hay ningún ser humano perfecto y, a veces, tendemos a idealizar al famoso de la tele, al político de nuestra cuerda, al personaje histórico, al cura de la parroquia de al lado…

Idealizar es el proceso por el que se exageran las virtudes de esa persona, pasando por alto sus defectos. El resultado será la creación de una imagen alejada de la realidad. Suele pasar en los primeros compases de una relación de pareja (ya saben ese chiste del “lindo lunar” de novios a la “verruga” a los 30 años de casados) o en la relación de amistad (recién conocida una pandilla te parecen todos maravillosos hasta que van llegando los primeros roces).

Dicen los expertos que en el proceso de idealización sobrevuela una proyección infantil. Nos gustaría tener ese padre o madre eterno que sabe todo y soluciona cualquier dificultad. De hecho, también abusamos en la idealización de nuestros padres. Cuando escucho a algunos hijos hablar de sus madres o padres fallecidos, pienso que sería bueno recordarles que no eran tan perfectos como ellos recuerdan.


El problema de la idealización es que tarde o temprano te darás el BATACAZO. Aquella persona que pusiste en la peana te decepcionará y te sentirás frustrado. Aunque habría que preguntarse: ¿Fue él quien decepcionó o las expectativas irreales que tú proyectaste? Solo podremos asentar las bases de una relación saludable, si aceptamos a los demás con sus errores, asumiendo que son humanos y pueden equivocarse. Creo que el camino para vivir un amor verdadero pasa por la aceptación serena y paciente de la imperfección.

Jesús nos dice en el Evangelio: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo” (Mt 23,5-12).  Es sus palabras, nos invita a no fabricar falsos ídolos, a evitar las idealizaciones (propias o ajenas). Sólo hay uno que no defrauda, Dios, y sólo un sabio, Jesús de Nazaret. Los demás, humildes aprendices de padres y maestros.

Señor, nos llamas a ser perfectos, pero en el amor. Nos tocará aceptar nuestros propios defectos y los de los demás con deportividad y madurez. Es cierto que la fe siempre nos empuja a ser mejores, a aspirar a más, pero con realismo y prudencia. Sabiendo que Tú (y solo Tú) eres mi Maestro y mi Padre.

Ramón Bogas Crespo

Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería

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