"Al principio ya existía la Palabra y la Palabra se
dirigía a Dios, y la Palabra era Dios"
Jn 1. 1- 8
Al principio ya existía la
Palabra y la Palabra se dirigía a Dios, y la Palabra era Dios. Ésta al
principio se dirigía a Dios. Todo existió por medio de ella, y sin ella
nada existió de cuanto existe. En ella había vida, y la vida era la luz de
los hombres; la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la
comprendieron. Hubo un hombre enviado por Dios, llamado Juan, que
vino como testigo, para dar testimonio de la luz, de modo que todos creyeran por
medio de él. No era él la luz, sino un testigo de la luz. La luz
verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo. En el mundo
estaba, el mundo existió por ella, y el mundo no la reconoció. Vino a los
suyos, y los suyos no la acogieron. Pero a los que la acogieron, a los que
creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios: quienes no han
nacido de la sangre ni del deseo de la carne, ni del deseo del varón, sino de
Dios. La Palabra se hizo
hombre y acampó entre nosotros. Y nosotros contemplamos su gloria, gloria como
de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad. Juan grita dando
testimonio de él: Éste es aquél del que yo decía: El que viene detrás de mí, es
más importante que yo, porque existía antes que yo. De su plenitud hemos
recibido todos: una lealtad que responda a su lealtad. Pues la ley se
promulgó por medio de Moisés, la lealtad y la fidelidad se realizaron por
Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba
al lado del Padre, lo ha explicado.
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