LA MIRADA DE LA FE. "EXCESOS". RAMON BOGAS

 Leía el otro día una noticia sobre un político británico que presentó su dimisión por llegar dos minutos tarde a una sesión parlamentaria. No hace falta recordar que el modo de vivir y entender la puntualidad entre la cultura británica y la mediterránea es considerablemente diferente, porque si tuviésemos que dimitir todos los españoles que llegamos tarde, renunciaríamos hasta de la propia vida. Ese mismo día, leí un tweet en el que describía como un señor, el día 7 de febrero por la tarde, a unas horas para que expirara la obligación de la mascarilla en el transporte público, abroncó a una señora por no llevarla, montando un espectáculo considerable en el vagón del AVE en el que viajaba.

Las dos anécdotas me hacían cuestionarme la relación que muchas personas tienen con las normas. Parecería que hay gente que vive y encuentra el sentido de su vida únicamente en cumplir reglamentos y preceptos (y de paso mirar de reojo las meteduras de pata de los otros). ¿Hay que cumplir las normas? ¿En qué medida? ¿Con qué grado de minuciosidad? Sobre eso gira mi reflexión de esta semana.

No cabe la menor duda de que las leyes, las normas están para ayudarnos. Son una guía para tener una pacífica y “ordenada” convivencia. Una hoja de ruta, una propuesta para tener consensuados unos límites y unas obligaciones. Pero el peligro llega cuando hacemos de ellas un fin en sí mismas, una guarida, un refugio donde esconder nuestros miedos a la libertad más madura.


Ocurre también con las normas religiosas. Se nos dijo: “Si cumples, te salvas; si no, te condenas”. Y es un automatismo que parece cuestionar el mismo Jesús de Nazaret. El Maestro propone en el evangelio IR MÁS ALLÁ DE LO DEBIDO, DE LOS ESTABLECIDO. Es el famoso discurso de la montaña: “Se os dijo… pero yo os digo”. Lo que viene a anunciarnos es que lo importante para un cristiano es interiorizar el sentido de la norma. En otras palabras, pasar de la letra de la ley al espíritu de la ley. Y eso es una llamada a pasar del CUMPLIMIENTO al EXCESO: excedernos en el amor, en el cuidado. Es la finura espiritual la que nos llevará a entender qué es lo que quiere Dios de mí en ese momento. Una propuesta que superará con creces la estrechez de la norma, el automatismo del cumplimiento.

Y en esa propuesta hay mucha más exigencia, más madurez y libertad. Así deberíamos actuar los que hemos nacido a una nueva vida en el Espíritu. Es un cambio en el corazón que nos hace pasar del cumplimiento al exceso, del automatismo de la ley a la norma integrada y vivida interiormente. Eso, claro, si nos convencemos de que la salvación, la vida nueva no se consigue con puños, sino dejándonos moldear por la Gracia, por lo que el Jefe va haciendo en nosotros. Cuando dejamos de empujar, de controlar, de cumplir y soltamos lastre, conscientes de que estamos en buenas manos.

Ramón Bogas Crespo

Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería

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