LA MIRADA DE LA FE. TRINCHERAS. RAMON BOGAS

 Seguro que este artículo que hoy os ofrezco será un fracaso de “likes”. Lo que voy a defender va a contracorriente. Pero me resisto a creer que, hasta la eternidad, va a ser imposible hablar, comunicarse entre diferentes. Lo primero que se dice ahora cuando te incorporas a un nuevo grupo es: “Aquí no se habla de política ni de religión”. La sociedad está tan polarizada, hay tanta crispación que se nos ha contagiado a todos. Intentamos que los temas polémicos salgan poco a relucir. Y si salen, seguro que se acabará a gritos, salidas de tono o incluso levantándonos de la mesa.


En seguida, uno y otro “bando” llegan a la acusación de “fascista” o de “comunista”. Los datos sin contextualizar ni contrastar, las opiniones sin fundamento, el morbo, las mentiras, los ataques personales, las declaraciones incendiarias son el caldo de cultivo para que se haya hecho imposible hablar y escuchar con el propósito de enriquecernos mutuamente. Es cierto que, en los medios de comunicación, este ambiente de trinchera y de confrontación nos entretiene, pero capilarmente ha calado tanto que nos ha hecho dividirnos como sociedad. “Dales caña”, eso es lo que jaleamos desde uno y otro bando.

Y si hay algún despistado que pretenda tender puentes, siempre se le tildará con la habitual retahíla: “Eso es demagogia”, “buenismo”, “tibieza”, “corrección política” y un nuevo término: “equidistancia”. Soy consciente de que la objetividad no existe. Que estamos llamados a aportar nuestro punto de vista, nuestra originalidad, pero en este contexto de batalla campal, algunos hemos optado por callar.

Lo que yo os propongo es LA ECUANIMIDAD: esa capacidad de alabar a tus adversarios cuando lo hacen bien y de criticar a los tuyos cuando lo hacen mal. Es esa actitud una oportunidad para desafiar prejuicios y no ser tan previsibles en las opiniones. Que si de la boca del contrario, del que está en la otra orilla sale un acierto, tenga la capacidad de aplaudirlo y, por el contrario, poder ser autocrítico con los desaciertos de los que están en la mía.

Y cuando vaya a hablar, mi opinión ha de estar reflexionada y rezada; buscando las palabras correctas, el tono apropiado y el contexto adecuado. Y luego, si tengo que disculparme o retractarme, lo haré, porque mi intención no es buscar la discordia, sino la unión.

Y como siempre en esta columna lo llevo al terreno espiritual. Un alma evolucionada, serena, agradecida no puede vivir en la trinchera. Nuestro propósito será ser reflejo de ese Dios/Comunión que siendo distinto se une en el amor. Creo que ese es el único camino para una cultura del encuentro y no de confrontación violenta y excluyente. Por más que abunden en nuestro mundo los defensores de las distancias insalvables.

Comentarios