LA MIRADA DE LA FE. "LO QUE PEDISTE EN AMAZÓN Y LO QUE TE LLEGÓ" RAMÓN BOGAS

 Circulan por las redes miles de divertidas publicaciones sobre lo que pediste por Amazón y lo que realmente te llegó. Las hay de viajes, ropa, complementos… Recuerdo una de un crucero. Lo que te esperabas y te ofrecían en la publicidad: una atractiva joven tumbada al atardecer en la cubierta y lo que realmente sucedió: un grupo de yayos en el jacuzzi como sardinas en lata. O un viaje a Nueva York en un hotel de lujo cuando, en realidad, dicho hotel daba a un callejón donde solo se veían bolsas gigantes de basura y ratas alrededor. Es una forma ocurrente de hablar del tema de este artículo: LA DECEPCIÓN.


La decepción es un sentimiento doloroso que se produce cuando no se cumplen las expectativas entre lo esperado y lo recibido. A veces, se refiere a cosas nimias (como las referidas en los ejemplos iniciales) pero, en otras ocasiones, supone un verdadero dolor. La decepción provocada por el ser querido, los hijos, tu pareja. De aquello que esperabas que iba a ser tu vida profesional o personal y lo que la tozuda realidad te ha devuelto.

Dicen los expertos que la principal causa de la decepción viene dada por haber albergado demasiadas esperanzas. Hemos colocado en bolsillos ajenos un exceso de ilusiones y certidumbres. Es decir, las personas no fallan. La realidad es la que es. El problema suele estribar en la sobreabundancia de expectativas que hemos acumulado fuera de nosotros mismos.

Esta amarga experiencia que hemos vivido todos en algún momento de nuestra vida nos regala dos aprendizajes. El primero es personal: aprender a gestionar nuestra tolerancia ante la frustración. Por ejemplo, a los chavales los vamos educando que no se puede conseguir todo en la vida, que las cosas no llegan en el preciso momento que las quieren, que, a veces, ni siquiera llegan y por eso en la vida hay que aprender también a “perder”. Pero a los adultos también nos cuesta. Para mí es memorable el ejemplo de Rafa Nadal y como gestiona su vida deportiva. Nunca rompió una raqueta después de un partido, jamás dio una patada a una valla publicitaria tras una bola que no entró. De nuestro ilustre tenista hemos aprendido más de su forma de gestionar sus pérdidas que de sus incontables y merecidas victorias.

El segundo aprendizaje es espiritual. Aprendamos dónde y en quien poner nuestras esperanzas. “Es mejor refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres”, dice el Salmo 118. Y es una lección que poco a poco vamos comprendiendo. Solo hay uno que no falla. Sólo Dios no defrauda. Poner nuestras fe en personas finitas, en ídolos de barro es, probablemente, un error de cálculo.

Señor, ayúdame a vivir con humildad, mansedumbre y misericordia las decepciones de mi vida. Yo también he decepcionado a otros y sigues apostando por mí. Enséñame a poner en Tí esa confianza que no defrauda y a saber vivir con madurez y altura espiritual que la realidad no siempre es lo que yo me esperaba.

Ramón Bogas Crespo

Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería

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